Desde pequeños, muchos de nosotros encontramos consuelo en un peluche. Un osito, una jirafa o un simple muñeco de trapo pueden convertirse en algo más que un juguete: son amigos, guardianes del sueño y testigos de momentos importantes. Pero… ¿qué hay detrás de esa conexión tan especial?
Un vínculo que nace en la infancia
Los psicólogos infantiles coinciden: los peluches ayudan a los niños a desarrollar autonomía emocional. Se convierten en figuras de apego que los acompañan en momentos de miedo, soledad o cambio. El clásico “peluche de dormir” no es un simple objeto: es parte del proceso de crecimiento.
¿Y en la adultez?
Aunque algunos lo nieguen, muchos adultos conservan su peluche favorito o incluso coleccionan nuevos. ¿Por qué? Porque evocan seguridad, nostalgia y cariño. En épocas de estrés, abrazar un peluche puede calmar el sistema nervioso y generar sensación de protección. Algunos estudios incluso muestran que dormir con un peluche reduce la ansiedad.